Cómo iniciar tu novela como un profesional


“Era una noche oscura y tormentosa; la lluvia caía en torrentes, excepto en intervalos ocasionales, cuando la interrumpía una violenta ráfaga de viento que barría las calles (pues es en Londres donde transcurre nuestra escena), repiqueteando en los tejados y agitando fieramente la exigua llama de los fanales que luchaban contra la oscuridad”.
La parrafada anterior es el principio de la novela Paul Clifford, por el novelista, poeta y dramaturgo Edwuard Bulwer-Lytton (1803-1873), lord y barón inglés. Su obra más conocida es Los últimos días de Pompeya, aunque escribió muchas otras novelas, auténticos best-sellers en su época que le reportaron importantes ganancias. Su estilo es florido y pomposo, como puede intuirse en el fragmento presentado. “Era una noche oscura y tormentosa” está considerado casi con unanimidad como el peor comienzo de novela de todos los tiempos. Tanto es así, que desde 1982 el Departamento de Inglés de la Universidad Estatal de San José viene patrocinando el Certamen de Ficción Bulwer-Lytton que premia los peores comienzos (ficticios) de novela que los participantes puedan idear. El premio, según las bases, consiste en “una miseria”. Veamos algunos ejemplos de ganadores:
El camello murió bastante repentinamente el segundo día y Selena inquietóse enfurruñadamente y, puliendo sus ya impecables uñas —no por primera vez desde que el viaje comenzara— ponderó sarcásticamente si todo esto no se disolvería en una historieta de inconvenientes menores como todas las demás vacaciones pasadas con Basil.
Gail Cain. (1983).
Los lugareños dicen que si escuchas con verdadera atención en la plenitud de la luna llena, cuando el viento sopla desde Nantucket Sound desde el noroeste y los perros aullan sin una razón terrenal, puedes oír los horribles gritos de la tripulación del “Ellie May”, un recio ballenero capitaneado por John McTavish; pues fue en una noche así cuando corrió el ron y, maldito sea Davey Jones, el Gran John convocó a sus hombres en cubierta para el primero de varios concursos de gritos.
David McKenzie. (2009).
Y uno de mis favoritos:
Sofocante era el tiempo, y húmedo, pero ningún susurro de aire causó que las rollizas, cargadas lanzas del dorado grano asintiesen con sus repletas cabezas mientras esperaban, ignoradas, el ciclo de violación de su resplandeciente tesoro, mientras en lo alto el ardiente orbe de luminiscencia subía por su sendero eternamente ascendente hacia una abrasadora cúspide celestial; pues, aunque no es en Kansas donde nuestra historia tiene lugar, se le parece asombrosamente.
Judy Frazier. (1991).
¿Te parecen exagerados? Claro que sí. Su gracia reside en que exageran los tópicos, las expresiones rimbombantes y las metáforas traídas por los pelos, un mal que aqueja a los escritos de muchos principiantes que “se ponen literarios” cuando se sientan ante el teclado.

Se cuenta una anécdota sobre Juan Eugenio de Hartzenbush, autor de Los amantes de Teruel y director de la Biblioteca Nacional de España a mediados del XIX. Un aspirante a escritor de dio un ejemplar del manuscrito de una novela escrita por él mismo y pidió la opinión del ilustre señor De Hartzenbush. Don Juan Eugenio accedió y, ya en su casa y acomodado en su butaca delante de la chimenea, volvió la cubierta del manuscrito para encontrarse con la siguiente línea inicial: “Era de noche y, sin embargo, llovía”. Se dice que el bueno de don Juan Eugenio estalló en carcajadas y, acto seguido, arrojó el manuscrito a la chimenea sin leer una palabra más. Sea cierta o no la anécdota (cosa que no está nada clara), “era de noche y, sin embargo, llovía” se ha convertido en el arquetipo por excelencia de los defectos del escritor mediocre.

Ten en cuenta que si publicas en Amazon, tus lectores potenciales pueden leer en pantalla el principio de tu novela. Incluso pueden descargárselo en su Kindle. Y lo mismo se aplica a otras plataformas de autopublicación. ¿Quieres espantar al lector tan pronto? Por otro lado, si tu intención es enviar tu manuscrito a una editorial, si el inicio es estereotipado y malo, hay pocas probabilidades de que ningún editor pase de ahí en su lectura. Y si, aun así, los dioses te sonríen y tu libro se publica en papel, el lector potencial lo sacará del estante de la librería, leerá tu inicio, levantará una ceja y lo volverá a colocar donde estaba. El tiempo es oro, no se puede malgastar en lecturas mediocres, pensará.

Entonces, queda claro que hay buenas y malas maneras de comenzar un relato. En escritura creativa, por desgracia, no hay fórmulas para el éxito asegurado, es decir, nadie sabe en la mayoría de las ocasiones, excepto por instinto, lo que sí hay que hacer. Por suerte hay bastante consenso en cuanto a lo que no hay que hacer. Por lo que respecta al inicio de los relatos, siglos de experiencia nos ofrecen consejo.

No comiences tu novela…

…describiendo el tiempo
Es el primer consejo que dan todos los manuales y cursos de escritura, así que un lector exigente que se topa con un inicio meteorológico sabe de inmediato que el autor no se ha molestado en leer ninguno de los manuales ni en participar en ninguno de los cursos. Un comienzo así grita “¡no te dejes engañar, me ha escrito un aficionado!” a la cara del lector. A nadie le gusta la gente que va de profesional sin haberse formado. Además, ¡ni los noticiarios abren con el tiempo! Por alguna razón siempre van después de las noticias.

¿Y por qué —te preguntarás— está prohibido empezar describiendo el tiempo? ¿No es acaso algo que ayuda a situar mentalmente al lector en unas condiciones concretas? Por ejemplo, si digo que estaba nublado, lloviendo o soleado, automáticamente las imágenes mentales del lector se ajustan a la calidad de la luz que debería reinar en mis escenas, ¿no? ¿Y si no le digo nada al lector sobre el clima, se está imaginando escenas soleadas y, de repente en el tercer o cuarto párrafos le digo que estaba lloviendo? ¿No le obligaría a reimaginar las escenas anteriores bajo la luz correcta?

Pues sí y no. En primer lugar nadie prohibe nada en narrativa, no hay un tribunal que dictamina qué se puede escribir y qué no. El juez supremo, sin embargo, es el lector. Un inicio climatológico pudo estar bien en la novela victoriana, por ejemplo, pero en la actual no le puedes meter al lector un comienzo tan tópico y manido. Un vecino entra detrás de ti en el ascensor y lo primero que dice es "qué calor (o frio, o agua) estamos teniendo, ¿eh? Con el frío (o calor, o sequía) que tuvimos la semana pasada. El tiempo está loco". Y luego vienen unos cuantos pisos de conversación anodina con variaciones sobre el mismo tema. ¿A que lo último que piensas es "qué persona más imaginativa es esta"? Hay que atrapar al lector desde el principio, pero no en conversaciones de ascensor.

En segundo lugar,  los inicios climatológicos retrasan la acción de forma innecesaria. Citando a Robert McKee, autor de El Guión (Stroy):
"Entre los distribuidores cinematográficos corre el siguiente chiste: empieza una típica película europea con imágenes de nubes doradas, iluminadas por el sol. Corte a nubes todavía más espléndidas y rubicundas. Nuevo corte a nubes aún más magníficas y henchidas. Una película de Hollywood empieza con nubes doradas y henchidas. En la siguiente toma sale un Jumbo 747 de entre las nubes. En la tercera explota".
No es que sea necesario empezar cada novela con acción trepidante, pero algo de acción debe haber aunque solo sea tomarse un café, siempre y cuando ese momento o esa acción estén conectados con la historia y sean importantes para el desarrollo de la trama. No cumple con este requisito, por ejemplo, el describir una serie de tareas cotidianas y rutinarias, aunque sea acción, pero eso lo veremos un poco más adelante.

En tercer lugar, nadie ha dicho que no se pueda insinuar el tiempo. Observa estos dos inicios:

Inicio 1:

"Hacía un día gris y lluvioso. Juan iba tarde camino del trabajo. Se le había olvidado el paraguas en casa y se estaba empapando".

Inicio 2:

"Juan iba esquivando charcos, pero no vio la baldosa suelta. La pisó. Una rociada de agua sucia y fría saltó y le empapó el calcetín del otro pie. Murmuró un improperio contra el ayuntamiento. Consultó su reloj: llegaba tarde al trabajo. Si caminaba pegado a la fachada, la cornisa de aquel edificio le protegería de la lluvia siquiera durante diez o doce metros. Pero una señora, a pesar de llevar un paraguas como una carpa de circo, iba ocupando toda la acera seca bajo la cornisa. Tuvo que ser Juan quien se apartara, metiéndose otra vez bajo la lluvia, para dejar pasar a la señora del paraguas, quien no cedió ni un centímetro de acera. '¡Y el mío bien seco en el paragüero de casa!', pensó él".

Tal vez el inicio 2 no sea el mejor de todos los tiempos, pero no me negarás que es mucho más atractivo que el inicio 1. En el 2 hemos mencionado con rapidez los charcos, el agua fría y, un poco más adelante, la lluvia, pero como elementos accesorios, sin quitarle protagonismo al personaje y la acción: Juan y el hecho de llegar tarde al trabajo. Desde el primer momento hemos situado al lector en un día desagradable sumergiéndolo de lleno en la acción en la que está inmerso el personaje. El inicio 1, por el contrario, es perezoso, aburrido y desprovisto de imaginación.

Lo que hemos hecho en el inicio 2 es seguir el consejo de Chéjov: "No me digas que la luna brilla. Muéstrame el destello de su luz en un cristal roto". Es el importantísimo principio narrativo de "no lo digas, muéstralo" del que hablaremos largo y tendido en otro artículo.

Dar el parte meteorológico es un error muy común entre aspirantes a escritores. No hay más que irse a algunos comienzos de novelas autopublicadas en Amazon. Por ejemplo:
“La noche estaba fría y oscura”.
No me lo estoy inventando. Es un ejemplo real y, lo mejor de todo, ¡es el primero que he abierto al azar! Solo le ha faltado añadir “y, sin embargo, llovía”. Sigo y me encuentro con otros inicios desafortunados, algunos tanto que creo que ganarían el certamen Bulwer-Lytton si se presentaran, y no estoy bromeando ni exagerando.

Podemos encontrar ejemplos además de “La noche estaba fría y oscura”, como “Al otro lado de la ventana nevaba copiosamente y el frío aire jugaba con los copos algodonosos” (¡horror!), “Aquel día lucía un sol esplendoroso”, “El cielo estaba cargado de nubes de lluvia. Gruesas gotas de agua se deslizaban por el cristal de mi ventana como un reflejo de las lágrimas que corrían por mis mejillas” (el parte meteorológico y, además, el autor se nos pone intensito ya desde el principio). Menos el primero, los demás ejemplos me los he inventado yo, que conste, pero estoy seguro de que hay muchos comienzos similares por ahí.

Es fácil caer en una descripción del tiempo en el inicio, pero, ¿por qué es así? Una posible razón es que resulta más fácil escribir “de fuera hacia dentro” que “de dentro hacia fuera”. Toda narración parte del interior de su autor. Un escritor experimentado bucea en su interior para encontrar los pensamientos, los sentimientos y las emociones con las que va dotar a sus personajes, y esto no es fácil, requiere un esfuerzo extra al que no estamos acostumbrados. El buen escritor suele empezar a transmitir “algo más” ya desde la primera frase. Al fin y al cabo los lectores, por lo general, no buscan en una novela el relato de hechos fríos. Para eso están las noticias y los libros de historia. Más bien buscan personajes de carne y hueso dotados de sentimientos que reaccionan de forma creíble ante las cosas que les suceden. Buscan alguien a quien querer y con quien identificarse, pero de eso hablaremos cuando tratemos acerca de la creación de personajes realistas.

Es mucho más sencillo escribir “de fuera hacia dentro”, es decir, como solemos hablar en la vida real. Si nos piden que hablemos de nosotros mismos, es casi seguro que empezaremos diciendo nuestro nombre, nuestra edad, nuestra ocupación, dónde vivimos, nuestras aficiones, etcétera. Todas circunstancias externas a nosotros. Pero si se nos anima y tenemos esa inclinación, tal vez más adelante empecemos a describir características algo más personales (”soy un poco tímido”, “sufro de depresión”, “me encanta conocer gente nueva”). ¿Quiere decir esto que debe empezar uno sus novelas siendo todo lo profundo y emocional que pueda? Claro que no, y además depende del género en el que estemos. Tampoco queremos abrumar al lector con tanto sentimiento, que con mucha facilidad puede deslizarse hacia tópicos de sentimentalismo y melodrama.

¿Y por qué es tan tentador, entonces, empezar una novela por el tiempo? Quizá por el hábito. Cada mañana empieza una nueva historia en nuestra vida. ¿Qué es lo primero que hace uno cuando se levanta? Intenta hacerse una idea del escenario que le espera. Se asoma por la ventana, ve llover y piensa “me voy a mojar camino del trabajo” o “el tráfico hoy va a estar imposible. Más vale que me dé prisa”. Es posible que la fuerza del hábito haga que queramos que el lector empiece a prepararse para el escenario que le espera entre las páginas de nuestra obra… comenzando por el tiempo.
No empieces mencionando el clima, pero si lo haces, al menos hazlo con elegancia como en el siguiente inicio del relato El Aleph, de Jorge Luis Borges.

"La candente mañana de febrero en que Beatriz Viterbo murió, después de una imperiosa agonía que no se rebajó un solo instante ni al sentimentalismo ni al miedo, noté que las carteleras de fierro de la Plaza Constitución habían renovado no sé qué aviso de cigarrillos rubios; el hecho me dolió, pues comprendí que el incesante y vasto universo ya se apartaba de ella y que ese cambio era el primero de una serie infinita".
En dos oraciones nos hemos enterado de que era una mañana muy calurosa de febrero (en Buenos Aires es verano en febrero), que Beatriz Viterbo murió después de una agonía y que en la Plaza Constitución han renovado un anuncio, circunstancias externas que sirven al propósito de mostrarnos los sentimientos del protagonista con respecto a la muerte de Beatriz.

…apelando directamente al lector

“Aquí comienza, oh lector, la increíble historia de…”. En el pasado pudo ser un recurso aceptable, incluso común, pero ya no, a no ser que busquemos un efecto muy concreto (imitar los cuentos antiguos, por ejemplo). Un inicio así rompe la magia desde el principio. Al abrir una novela queremos sumergirnos lo antes posible en el mundo que se nos trata de narrar, pero empezar apelando al lector establece una barrera de cristal entre nosotros y lo que se nos está contando. La sensación es de asistir a una historia que se desarrolla al otro lado de un espejo como los de las salas de interrogatorios, sobre todo si a lo largo de la novela se nos sigue apelando como "lector" de vez en cuando.
Se puede uno dirigir al lector hablándole de tú a tú, pero es necesario hacerlo con maestría para atraerlo sin alienarlo. Un ejemplo, el comienzo de Asfixia, de Chuck Palahniuk:
“Si vas a leer esto, no te molestes. Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero. Sálvate”.
Empieza tu historia como si se la estuvieras contando a un amigo que está sentado a tu lado. Así integrarás al lector y lo engancharás desde el principio.

…con diálogo

Un recurso frecuente a finales del siglo XIX y principios de XX, pero hoy en día no es una buena idea, pues requiere de una gran maestría para no confundir al lector, y al lector no conviene confundirlo al principio. Comenzar una novela con dos o más de sus personajes, de los que no sabemos ni su aspecto, ni su edad, ni siquiera sus nombres, hablando entre sí es una receta segura para confundir al lector. Es como meterse en una conversación empezada entre personas que no conocemos. A nadie le gusta eso.

…sin diálogo

¿En qué quedamos? Comenzar con diálogo es una mala idea, pero también lo es postergarlo de forma indefinida. Los diálogos (como ya veremos) aligeran el ritmo, ayudan a hacer avanzar la trama y revelan la personalidad de los personajes. Un lector puede ver con desánimo cómo después del inicio se extienden páginas y más páginas de apretado texto, y entonces puede pensar que se ha topado con uno de esos escritores densos y amantes de la descripción minuciosa. A autores consagrados y con estilo ameno se les puede perdonar. Al fin y al cabo, cuando un lector elige un libro de un autor conocido suele saber lo que le espera. Es posible que no tenga la misma paciencia con un escritor novel.
…con el protagonista despertándose por la mañana

Otro tópico contra el que previenen todos los manuales de escritura. Hay novelas de autores principiantes que comienzan con la alarma del despertador. Acto seguido, el protagonista gira el cuello y alarga la mano para detener la alarma. Se frota los ojos, echa atrás las sábanas, se enfunda sus zapatillas de andar por casa y, para cuando el personaje ha terminado de ducharse y empieza a vestirse, el lector está muerto de aburrimiento. Todos sabemos cómo es levantarse por la mañana. Lo hemos hecho miles de veces y esperamos seguir haciéndolo por mucho tiempo. ¿No es mejor emplear todo ese tiempo en hacer avanzar la historia o mostrarnos al personaje ya metido en su mundo, uno que no sea un tedioso relato de tareas cotidianas? ¿No es mucho mejor saltarse los preliminares conocidos por todos y entrar en el meollo? Por ejemplo:
“Aquel día Marcelo se levantó y se vistió sin prisa, como había hecho tantas veces. Fue al llegar al salón cuando vio sobre la mesa grande la nota que le había dejado su mujer. Según la iba leyendo su gesto se ensombreció. Entendió qué era lo que había echado en falta de manera inconsciente mientras se vestía: los sonidos cotidianos de todas las mañanas. Elvira le había dejado llevándose con ella a los niños. Marcelo estaba solo”.
No es necesario, sin embargo, que aparezca el conflicto tan pronto en la narración. No pasa nada porque una novela comience de forma apacible. Muchas novelas de terror no arrancan con seres sobrenaturales amargando la vida de nadie, sino que se inician de forma tranquila mostrando la vida normal de una familia… hasta que todo se tuerce. El contraste entre la normalidad del principio y la anormalidad de la situación posterior es un recurso que acentúa el horror de la historia.

…describiendo al protagonista (o a otro personaje) con todo detalle

“Joaquín era la viva estampa del triunfador. Tenía cincuenta y seis años y las sienes plateadas. Contempló en el espejo su bronceado rostro y no pudo reprimir una sonrisa mostrando su blanca y recta dentadura al notar la acertada elección de la corbata: gris perla a tono con sus ojos de un color acerado. Se abotonó la chaqueta de su traje gris marengo de Armani y jugó con el grueso sello de oro con el escudo de su familia que lucía en el anular derecho”.
Y aquello parece que no arranca nunca. Es mucho mejor dar una leve pincelada para esbozar al personaje y ponerlo en marcha lo antes posible. Ya habrá tiempo más adelante para introducir su descripción, y con formas más sutiles y naturales que no paralicen la acción.

Fíjate en la primera oración: “Joaquín era la viva estampa del triunfador”. No solo sobra, sino que es un mal recurso. “No lo digas, muéstralo”: descríbeme a Joaquín bien vestido y satisfecho de sí mismo, viviendo rodeado de lujos y en reuniones de consejos de administración, y no tendrás que acudir al recurso perezoso de decirme simplemente que “era la viva estampa del triunfador”.

Y, ya que estamos, aprovechar que un personaje se mira en un espejo para dar una descripción de su físico es un truco muy manido que delata al principiante.  No es pecado que un personaje se mire en un espejo para retocar un aspecto particular de su atuendo, su peinado o su maquillaje, o para mirarse a sí mismo a los ojos y preguntarse "¿Qué estoy haciendo con mi vida?" o "Tranquilízate. Todo va a salir bien en la reunión" y otras cosas por el estilo. Este uso del espejo como recurso puede incluso darnos pinceladas del carácter del personaje de forma indirecta, lo cual siempre está muy bien. Pero no uses el espejo como una forma conveniente (para ti), cómoda y rápida de presentar tu personaje al mundo.

…con un exceso de adjetivos
“Juana, contenta y despreocupada, caminaba por la acera abarrotada de la ancha y larga avenida. Los veloces vehículos se desplazaban entre el estruendo ensordecedor de motores rugientes e impacientes bocinas. Un sol alegre, tamizado por las verdes hojas de los frondosos árboles, proyectaba en la acera parches de luz redondos y resplandecientes”.
He destacado en cursiva los adjetivos de este comienzo tan ajetreado y luminoso (otros dos adjetivos). Un estilo tan cargado de calificativos cansa pronto en cualquier punto de una novela, pero es veneno justo al principio.

…con un exceso de adverbios
“Juana, contenta, caminaba despacio despreocupadamente entre la multitud por la acera de la ancha y larga avenida. Aun siendo tan temprano, los coches marchaban ruidosa y velozmente entre el estruendo de motores e impacientes bocinas. El sol iluminaba alegremente y proyectaba, tamizado por las hojas de los árboles, parches de luz redondos y resplandecientes".
Los adverbios son a los verbos lo que los adjetivos son a los nombres, es decir, matizan y asignan cualidades a la acción expresada por los verbos. Por eso se les puede aplicar lo que más arriba dije sobre los adjetivos.

Especial mención merecen los adverbios acabados en -mente. Son signo de pereza mental, cansan al lector y son la marca distintiva del aficionado. Las novelas de los noveles autopublicadas están plagadas de este tipo de adverbios. Ya hablaremos más adelante de estos bichos. Por ahora, quédate con este consejo: mátalos a todos si puedes. En escritura artística, son veneno. Y esos perezosos adverbios terminados en -mente. Mátalos a todos.

…con un sueño

Otro defecto contra el que previenen los manuales.
“Sebastián flotaba con los brazos en cruz sobre el Cañón del Colorado. Sentía el aire revolverle los cabellos y acariciarle la frente y las mejillas. Estaba más que feliz; estaba exultante, hasta que una sombra le reveló que algo se le aproximaba desde arriba. Se giró de cuerpo entero y encaró a un voraz pterodáctilo que volaba en picado hacia él. En ese momento, se despertó sobresaltado y con las pulsaciones aceleradas”.
¿Recuerdas más arriba lo que dije acerca de confundir al lector? Empezar con un sueño es una receta segura para crearle confusión. Quien empieza a leer el ejemplo de arriba se pregunta si se ha metido en una novela fantástica, de ciencia ficción, una tomadura de pelo o qué. Además, es fácil que el lector lo perciba como un truco barato para enganchar su curiosidad, contándole cosas maravillosas para, acto seguido, defraundarlo diciendo “y entonces se despertó”.

…con un prólogo

Los prólogos aburren a las vacas. Si crees que no tienes más remedio que crear un prólogo para poner al lector en situación, hazlo breve. Pero si puedes, evítalo.

Vale, vale. Ya sé lo que no hay que hacer, pero, ¿cómo empiezo mi novela?

Pues no hay fórmulas infalibles, como ya dije, pero podemos acudir a los clásicos y a los autores consagrados para ver cómo lo hacen ellos.
Puede empezarse presentando al protagonista (recurso común en narraciones en primera persona):
“Llamadme Ismael”. Herman Melville, Moby Dick.
“Bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne”. Ernesto Sábato, El túnel.
“Si de verdad les interesa lo que voy a contarles, lo primero que querrán saber es dónde nací, cómo fue todo ese rollo de mi infancia, qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y demás puñetas estilo David Copperfield, pero no me apetece contarles nada de eso”. J.D. Salinger, El guardián entre el centeno.
O con una acción:
“La mañana del 16 de junio de 1904, salía de su refugio en Dublín Leopold Bloom, quien más tarde se encontraría en la calle con Stephen Dedalus”. James Joyce, Ulises.
“Estábamos en clase cuando entró el director. Le seguían un nuevo alumno con traje a la burguesa y un bedel que traía un gran pupitre”. Gustave Flaubert, Madame Bovary.
“El hombre de negro huía a través del desierto y el pistolero iba en pos de él”. Stephen King, La Torre Oscura I, El pistolero.
O con una máxima o principio universal:
“Todas las familias felices se parecen, pero las infelices lo son cada una a su manera”. Lev Tolstoi, Anna Karenina.
“Todas las historias son historias de amor”. Robert Wilson McLiam, Eureka Street.
“Es una verdad mundialmente reconocida que un hombre soltero, poseedor de una gran fortuna, necesita una esposa”. Jane Austen, Orgullo y prejuicio.
O con una imagen poética, lírica o evocadora:
“Era inevitable: el olor de las almendras amargas le recordaba siempre el destino de los amores contrariados”. Gabriel García Márquez, El amor en los tiempos del cólera.
“Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Pecado mío, alma mía. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viaje de tres pasos paladar abajo para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo. Li. Ta”. Valdimir Nabokov, Lolita.
O anticipando acontecimientos posteriores:
“El día en que lo iban a matar, Santiago Nasar se levantó a las 5:30 de la mañana para esperar el buque en que llegaba el obispo”. Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada.
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Gabriel García Márquez, Cien años de soledad.
“¿Encontraría a La Maga?” Julio Cortázar, Rayuela.
O con un golpe de efecto que anticipa o constituye el incidente incitador del conflicto:
“Cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto”. Franz Kafka, La metamorfosis.
“Encuentra al hombre que me asesinó y te contaré detalladamente lo que hay en la otra vida”. Orhan Pamuk, Me llamo Rojo.
“Soy un hombre invisible”. Ralph Ellison, El hombre invisible.
O, sin complicarse, con un acontecimiento cotidiano:
“El coronel destapó el tarro del café y comprobó que no había más de una cucharadita”. Gabriel García Márquez, El coronel no tiene quién le escriba.

¿Y tú, cómo empiezas tus novelas, listo?

…podrías preguntarme con todo el derecho. Pues bien, hace ya bastantes años escribí un cuento titulado Luz de luna (es uno de los tres que componen Relatos inverosímiles) y lo comencé ni más ni menos que… con un sueño del protagonista. Eso fue en mis comienzos. Ahora lo habría empezado de otra manera. De todas formas, tuve la precaución de anunciar que lo que venía a continuación era un sueño para no confundir al lector. El cuento empieza así:
“Daniel soñaba. Soñaba que pintaba un precioso paisaje tan sólo con su voluntad y su imaginación. Bastaba con desearlo para que el color se extendiera, con frescura insuperable, en nítidas y espesas pinceladas allá donde hiciese falta”.
Mi novela La república de las hormigas es un relato en primera persona donde el protagonista nos narra que vivió en una especie de distopía subterránea. Digamos que la novela tiene dos comienzos: algo así como un breve prólogo (sí, ya sé que antes dije que es mejor evitarlos. Me estoy luciendo) con la forma de un fragmento del acta fundacional de la civilización llamada la República, y después el comienzo real, que empieza como una anticipación de lo que luego contará:
“Han pasado más de treinta años desde que abandoné el hormiguero, casi veinticinco desde que enterré al viejo. Se tarda sólo un segundo en decirlo. Veinticinco años en la más completa soledad. No me queda de él más que el recuerdo y una laja de pizarra clavada en la tierra con su nombre grabado, aunque para mí aquel hombre extraordinario siempre será 'el viejo'”.
En mi segunda novela, Perros de guerra, opté por un inicio in media res, o sea, la escena inicial no coincide con el comienzo de la historia. En concreto, la escena del principio del libro en realidad sucede cinco meses después del verdadero comienzo de la trama:
“El hombre de negro y cabeza afeitada alzó la vista hacia la cámara de seguridad, discreta, atornillada bajo una moldura de escayola en un rincón del recibidor del hotel Alfonso X. Al menos otras dos le habían grabado durante el trayecto desde la habitación hasta la recepción, pero eso no le provocaba la menor inquietud. De hecho, quería ser reconocido, quería que el enemigo supiese quién había matado al ‘unicornio’, como ellos mismos, en su soberbia, gustaban de llamarse a sí mismos”.
Ya desde las primeras frases quise poner en acción a mi protagonista en un lugar concreto. Doy una brevísima descripción de él (va de negro y tiene la cabeza afeitada) y del lugar (la recepción de un hotel). Cito a un misterioso enemigo y me apresuro a decir que acaba de matar a alguien que se denominaba a sí mismo como “un unicornio”. Lo que busco es arrancar con acción lo antes posible y despertar la curiosidad del lector con respecto al hombre de negro, a quienquiera que acaba de matar y hacia el motivo por el que “ellos” (¿quiénes?) se llaman unicornios a sí mismos.

Para terminar

Encontrar la frase o el párrafo iniciales perfectos para tu novela puede convertirse en una obsesión. Te recomiendo que tampoco le des una importancia extraordinaria. Siempre que evites los malos principios, como los de los ejemplos que hemos visto, tampoco necesitas que cada frase inicial sea brillante, genial y única. Lo importante en el inicio es que establezca de forma rápida un marco para que el lector se sitúe, presente al protagonista (o a otro personaje) y que la acción se ponga en marcha. En tu inicio lo ideal sería enganchar al lector, intrigarlo, meterle ganas de saber qué pasará a continuación, y eso no es fácil, pero la experiencia nos dicta que tienes más o menos tres páginas para convencer al lector de que tu novela merece las horas de su vida que le pides que invierta en tu historia.

La práctica y las buenas lecturas te ayudarán con el tiempo a afinar tus comienzos.

Seis consejos de John Steinbeck para escritores


Setups y payoffs

Como lectores, admiramos esas historias en las que todas las partes parecen estar interconectadas. Como escritores, las envidiamos.

Por la mitad o cerca del final, de pronto la historia da un giro inesperado, pero que, de alguna manera, ya había sido anticipado varias escenas antes, cuando un personaje dijo o mostró algo sin importancia aparente que acaba por revelarse como un aspecto vital de la historia. En algunas obras hay continuas referencias a otras partes y otros momentos de la novela y el lector tiene la sensación de que poco a poco va comprendiendo cada vez más acerca de cosas que sucedieron antes o de las motivaciones de los personajes, de por qué actúan como actúan. La técnica de sembrar indicios que anuncian eventos importantes en la trama se denomina también foreshadowing o anticipación. Setups y payoffs son los elementos del argumento que quedan "anclados" en partes distintas del texto y hacen posible esa anticipación. 

Por ejemplo, el protagonista puede hacer alusión a un aspecto oscuro de su pasado que no quiere discutir. En ese momento esa revelación puede que no tenga mayor importancia, en apariencia, que el dotar al protagonista de un halo de misterio. Más adelante, otro personaje que conoce bien al protagonista revela en el momento adecuado cuál fue ese aspecto oscuro de su pasado, algo que ahora nos permite entender mejor la motivación del personaje principal.

En el contexto de este artículo, setup viene a ser algo así como "preparación" y payoff , "ganancia" o "recompensa". Juntos son las dos mitades de una técnica narrativa (el foreshadowing o anticipación) que consiste en mencionar o mostrar en una parte de la historia algo que volverá a aparecer más adelante. El setup puede ser cualquier cosa: un arma, un animal, una palabra, una herramienta... Puede ser algo de lo más trivial, hasta el punto de que el lector, en un principio, podría considerarlo como superfluo, de relleno. Será durante el payoff que se revelará toda su importancia. En este sentido, la técnica es el reverso a lo que se ha venido llamando "la pistola de Chéjov" o "el arma de Chéjov".

Se atribuye a Anton Chéjov una cita relativa al arte dramático que más o menos viene a decir que si en el primer acto aparece una pistola o una escopeta colgada de la pared, tarde o temprano esa arma tiene que ser disparada. Si no, no la pongas ahí. Con esto, Chéjov quería decir que hay que eliminar de la historia todo elemento superfluo, todo lo que no sea necesario para hacer avanzar la trama. Pero si le damos la vuelta al aforismo, tendremos la técnica de setups y payoffs, es decir, el que haya elementos importantes en la historia que hacen avanzar la trama que ya hayan sido mostrados o mencionados con anterioridad. El setup es la escopeta colgada de la pared. El payoff es que alguien la dispara contra otro. 

Setups y payoffs se presentan en varias modalidades, que vamos a estudiar.

Setups y payoffs de argumento


Es su función más conocida porque son un recurso constante en el cine. Es como si tejiesen una red que conecta entre sí las distintas partes a lo largo y a lo ancho de la historia manteniéndo sus partes unidas como un todo coherente. Como mejor se entiende es con ejemplos, así que vamos allá (alerta, spoilers).

El que posiblemente sea el par setup-payoff más famoso de la historia del cine se da en Ciudadano Kane, de Orson Welles. El setup se "planta" justo al principio, cuando Charles Foster Kane, un multimillonario magnate de la prensa, pronuncia en su lecho de muerte la que será su última palabra, "Rosebud", mientras que una bola de cristal, de esas con una casita dentro que se agitan y parece que está nevando, se le resbala de la mano y se estrella en el suelo. Ambos elementos, Rosebud y la nieve de la bola, serán importantes cuando se revele el payoff. El periodista Jerry Thompson se propone investigar en la vida de Kane para averiguar el significado de su última palabra, y esto será lo que motive el desarrollo de toda la película. Al final se revela el payoff: Rosebud era el nombre de un trineo que Kane poseía de niño, en la única época de su vida en que fue realmente feliz. Una gran película a la que se le puede perdonar el enorme agujero argumental que supone el que no hubiera nadie cerca del lecho de muerte de Kane para oír sus últimas palabras.

Otro ejemplo clásico puede verse en Tiburón. Hacia la mitad del segundo acto, el sheriff Brody embarca junto con Quint y Hooper para salir a matar al tiburón. Al desatar Brody una cuerda para realizar una tarea que le han encomendado, salen rodando unas cuantas cosas, incluidas unas botellas de aire comprimido. Hooper se sobresalta y le grita que tenga cuidado, que si no se manejan con precaución, esos tanques podrían explotar. Este es el setup. El payoff se presenta cuando Brody consigue matar al tiburón disparando contra uno de esos tanques que el gran blanco tiene entre sus fauces. Sin el setup, el espectador no tendría una referencia de por qué han explotado esas botellas ni qué hacían allí, la escena quedaría coja y el recurso de la explosión habría parecido demasiado conveniente, un deus ex machina en toda regla.

En En busca del arca perdida, Indiana Jones escapa por los pelos de unos nativos en la avioneta de Jock. Ya a bordo, Indy se da cuenta de que a sus pies hay una enorme serpiente. Se lo dice a Jock, quien le contesta que no se preocupe, que es solo su mascota. Indy exclama "¡Odio las serpientes, Jock, las odio!" Esto no tendría mayor interés para la historia si no fuera porque más adelante tendrá que meterse en un foso lleno de... serpientes, lo cual le da mucha más tensión a la escena.

En Matrix, después de que la tripulación de Morfeo salvase a Neo, a bordo de la nave Nabucodonosor le enseñan un montón de cosas a gran velocidad (kung-fu incluido) por medio de un conector acoplado al puerto de su nuca. Ese es el setup. Más adelante en la película, Trinity dice a Tanque que necesita aprender a pilotar un helicóptero de un modelo concreto y de inmediato recibe la habilidad y los conocimientos necesarios. Esto último es el payoff. Si no se hubiera "sembrado" en una escena anterior, el que Trinity pudiera aprender a pilotar un helicóptero en segundos parecería un truco sacado de la manga y un deus ex machina difícil de tragar.

La película El atlas de las nubes, basada en la novela de David Mitchell, es un monumento a la técnica que estamos tratando. Consta de seis historias que van desde el siglo XIX hasta un lejano futuro postapocalíptico. Te recomiendo que la veas (es larga y compleja, pero merece la pena) para descubrir cómo a lo largo de la trama se van plantando los setups y cómo los payoffs van revelando la interconexión entre historias tan aparentemente dispares y distantes en el tiempo.

Con los constantes setups y payoffs de Regreso al futuro entre hechos del pasado y hechos del presente, podría escribirse un libro. El resultado es sumamente inteligente y humorístico, una función esta última para la que se echa mano de la técnica con mucha frecuencia. Al fin y al cabo, todo chiste no es más que un par setup/payoff con una historia que se va construyendo hacia un final inesperado.

Sembrar nuestras historias de setups y payoffs les dará una dimensión mucho más compleja que el simple ir desgranando escena tras escena desde el principio hasta el final, inicio-nudo-desenlace, un mal común en muchos principiantes. Sus historias parecen una mera ristra de cuentas ensartadas en un hilo, lo cual hace que la lectura sea demasiado lineal, unidimensional y hasta aburrida. Pasa esto, después pasa esto otro, luego pasa esto otro... en un esquema repetitivo y tedioso en el que las escenas se suceden con una débil (o inexistente) conexión entre ellas, como una tanda de anuncios de la tele. Los setups y payoffs bien ejecutados nos provocan una agradable sorpresa como lectores o espectadores y nos dan una sensación de que la trama es inteligente y ha sido pensada con profundidad.

Setups y payoffs requieren de una buena dosis de planificación. Es por eso que conviene abordar una novela sabiendo hacia dónde vamos, teniendo en mente un final y un mapa más o menos claro de cómo llegar hasta él. Aunque puede ser que, al avanzar en la escritura de la historia, se nos ocurra un payoff que no estaba previsto y que podría ser un buen golpe de efecto, y eso es una sensación muy agradable. Si queremos evitar el (con razón) odiado deus ex machina, deberemos retroceder en nuestro manuscrito y "sembrar" o "plantar" el setup en alguna escena anterior. Está claro que esto será mucho más frecuente y nos obligará más veces a reescribir partes previas de nuestra novela si, como muchos autores (algunos de gran éxito, como Stephen King), tenemos unos personajes, un comienzo y una idea nada definida de dónde va a desembocar nuestra historia.

La próxima vez que tengas un agujero en tu historia y no sepas cómo rellenarlo, mira a ver si un par setup/payoff bien plantado en tu trama puede ayudarte al respecto. En una ocasión en que no sabía muy bien cómo continuar con una novela, se me ocurrió que un personaje nuevo podría ayudar a mi protagonista en la situación en la que se encontraba: estaba huyendo de ambos bandos y, al mismo tiempo, tenía que resolver un enigma casi detectivesco. Demasiado trabajo para un hombre solo, así que ideé a un antiguo y poderoso amigo para que le echara una mano. Pero, ¿cómo encajarlo en la historia para que no pareciera demasiado artificial y conveniente como recurso? Lo convertí en un setup. Más adelante aparece el payoff: se revela que el nuevo personaje tuvo un papel fundamental en el pasado de mi protagonista, además de tener relación con otros personajes y haberlos ayudado también en el pasado. Pasó de ser un mero truco para rellenar un hueco a ser una figura en la vida de mi protagonista sin la cual este no habría llegado a ser quien es hoy en día. 

Setups y payoffs de unas novelas en otras y de unas películas en otras.


Cuando se escribe una serie de libros o de películas, es importante que haya conexiones entre ellas. Esta técnica la usan series como Harry Potter o Star wars. En esta, Obi Wan menciona al padre de Luke casi de pasada (setup). En El imperio contraataca, descubrimos que Darth Vader es el padre de Luke (payoff), y las precuelas son todas ellas un enorme payoff que cuenta las historias de Obi Wan, del que se convertirá en Darth Vader y del nacimiento de Luke y Leia.

Más humildemente, el último cuarto de mi primera novela La república de las hormigas transcurre entre las ruinas de una ciudad en un futuro indeterminado. El protagonista no sabe qué destruyó la ciudad ni por qué parece que no hay supervivientes en la superficie. Sólo puede hacer conjeturas. La novela termina y el misterio no parece resolverse. No es muy satisfactorio, pero eso es porque se trata de un setup cuya resolución me reservo para mi segunda novela, Perros de guerra. Se trata de dos historias independientes y que pueden leerse la una prescindiendo de la otra. Son diferentes en cuanto a punto de vista del narrador, acción, complejidad y ritmo, pero en Perros de guerra se resuelven algunos setups de La república de las hormigas. En concreto, gran parte de la acción en Perros de guerra tiene lugar en el presente en la ciudad que en La República... está en ruinas, y también nos enteramos de quién tiene planes de diezmar a la población (destruyendo de paso esta y otras ciudades), cómo y con qué propósito.

Setups y payoffs en diálogos

Tal vez sea el uso menos conocido de la técnica, pero su empleo puede significar la diferencia entre un diálogo plano y uno lleno de ingenio, sorpresas, humor y agilidad. No me refiero en este apartado a los setups que se plantan en líneas de diálogo y que luego se resolverán en payoffs más adelante en la trama. Esto tiene más que ver con el foreshadowing en el argumento, como en los siguientes ejemplos tomados de Matrix:

Antes de su gran aventura con Morfeo y su gente, Neo vende un disquete a una tal Choi, quien exclama "¡Aleluya, eres mi salvador, tío, mi Jesucristo particular!" Tiene gracia porque toda la película sigue la premisa de que Neo es una especie de mesías que, al final, incluso resucita de entre los muertos para guiar a los rebeldes. Acto seguido, Choi se da cuenta de que Neo está cansado y estresado, y le dice "me parece que necesitas desconectar, tío". Y, en efecto, más adelante Neo será desconectado, literalmente, de las máquinas en el mundo real fuera de Matrix.

Pero el uso de la técnica en los diálogos que vamos a tratar aquí no es este. Me refiero más bien a esos diálogos ingeniosos en que abundan las réplicas y las contrarréplicas. El esquema suele ser el siguiente:
  1. Un personaje dice algo sin importancia aparente (setup).
  2. Un poco más adelante en el diálogo, el mismo u otro personaje repite la línea, tal cual o con modificaciones, con el resultado de darle un significado nuevo (payoff). 
El efecto que se persigue puede ser humorístico, sarcástico, mostrar lo duro que es el personaje, indicar que hay complicidad entre los interlocutores, etcétera. Depende de lo que interese a la trama en el momento. Veamos un ejemplo procedente de Instinto básico. Los policías se encuentran en la escena del crimen de Johnny Boz, novio de Catherine Tramell (interpretada por Sharon Stone).

Teniente Walker: La asistenta llegó hace una hora y econtró el cuerpo. Trabajaba aquí durante el día.
Gus: Quizá fue la asistenta (setup 1).
T. Walker: Tiene 54 años y pesa 110 kilos.
Hombre 1: No tiene magulladuras.
Gus (sonriendo): Entonces no fue ella (payoff del setup 1).
T. Walker: Nunca se sabe. Salió de la disco con su novia hacia medianoche. Fue la última vez que le vieron.
Nick: ¿Con qué lo hizo?
Hombre 2: Con un punzón de hielo. Lo abandonó en la mesa del salón.
Harrigan: (suelta un silbido): Las sábanas están llenas de manchas de "leche" (semen).
Nick: Es impresionante.
Gus: Se corrió antes de que lo corrieran(el original es un juego de palabras intraducible en español: he got off before he got offed).
Capitán: Señores, es un asunto delicado. El señor Boz era un importante patrocinador de la campaña del alcalde. Fue presidente del consejo del palacio...
Gus (a Nick): Creí que habías dicho que era una estrella del rock.
Walker: Era una estrella del rock retirada.
Capitán: Una estrella del rock muy respetable con una gran conciencia cívica (setup 2).
Gus (señalando a una mesita): ¿Y qué es eso de ahí?
Nick: Parece cocaína muy respetable y con gran conciencia cívica (payoff del setup 2).
Y así sucesivamente. Si me lo permites, voy a poner ahora un ejemplo tomado de mi novela Perros de guerra en el que pretendí un efecto de humor sarcástico. Lo pondré en formato de guión para que se sepa bien quién habla:
Iblis: ¿Me estás leyendo la mente? (setup).
La Sombra: ¿Leerte la mente? ¡Por el amor del cielo, yo soy tu mente!
Iblis: No es verdad. No eres más que una alucinación maligna que, de alguna manera que algún día averiguaré, usa mis habilidades con más destreza que yo.
La Sombra: Nunca te he mentido y lo sabes.
Iblis: En esto sí.
La Sombra: Al menos, admite que soy tan parte de tu mente como tú mismo.
Iblis: ¡Que no es verdad!
La Sombra: Vale, vale. No leeré tu mente. Esperaré a que hagan la película (payoff).
Utiliza esta técnica de forma correcta tanto en tu trama como en tus diálogos y harás tu novela mucho más inteligente, compleja, ingeniosa y amena de leer.

¿De dónde salen las ideas para escribir?






Tan solo hay dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.
Oscar Wilde. 


No se puede resumir más el arte de contar historias. Pero los problemas empiezan ya desde la primera mitad de la cita. Quiero escribir, pero ¿qué pasa si no tengo nada que decir? ¿De dónde saco una idea para mi novela?
 Casi todos los manuales sobre escritura contienen un capítulo, por lo general muy cerca del principio, dedicado a decirte de dónde puedes sacar ideas para tus relatos, y esos consejos están bien, son valiosos. Pero ningún manual —excepto uno, que yo sepa— es lo bastante honesto como para confesar que los escritores roban. Mucho. Y no pasa nada. Otra cosa sería que un autor tomase el texto de otro y lo publicase como si fuera suyo, literal o añadiendo algunos cambios leves. Eso es un delito que se llama plagio. El tipo de robo al que yo me estoy refiriendo es algo mucho más sutil.
Uno de los consejos que todos los veteranos dan a los escritores noveles es que lean mucho. No hay escapatoria: si quieres aprender a escribir bien, debes ser un lector ávido. Debes leer todas las obras que puedas de los géneros que más te gusten, y también de otros géneros que te atraigan menos, porque no solo vas a leer por afición o placer (que también) sino para aprender de los mejores, y una novela de un género que no te atraiga mucho puede tener una prosa increíble, unos personajes muy bien construidos y unos diálogos soberbios. El escritor lee como escritor, tiene los conocimientos suficientes para reconocer un texto bien escrito y desmenuzarlo para desentrañar la magia que ha hecho posible, por ejemplo, esa ambientación tan bien lograda, ese personaje tan natural y entrañable o ese giro de la historia que no hemos previsto y que nos ha sorprendido de esa forma tan grata. Si un texto te arranca una sonrisa, ¿cómo lo ha logrado? Si te provoca un nudo en la garganta, ¿cómo ha ido construyendo la emoción hasta ese momento? Leer como escritor no le quita placer a la lectura, sino que lo multiplica.
Leer por placer es como pasear por un agradable bosque. Leer como un escritor es como pasear por ese mismo bosque e ir encontrando piedras preciosas entre los guijarros del camino. Lo anterior ha sido un símil, una figura retórica que relaciona  mediante una comparación dos conceptos que, en principio, no tienen mucha relación entre sí, o tal vez ninguna. Uno tiene un estilo de escribir más bien directo y al grano, pero un buen día se topa con una narración que le engancha. ¿Qué tiene de especial este texto que le llama tanto la atención? Analizamos un poco más el estilo del autor o autora y nos encontramos con que tiene una fascinante habilidad para construir comparaciones y metáforas originales. “Me gustaría escribir así, haría mis historias más atractivas”, puede que te digas. Pues hazlo. ¿Quién te lo impide? Nos hemos encontrado una piedra preciosa paseando por un bosque construido por otra persona. ¿Qué hacemos con nuestro hallazgo? Robarlo. Bien pudiera ser que tu estilo cambie a partir de ese día, que se enriquezcan tus textos, que comiences a introducir comparaciones y metáforas en ellos, torpes al principio tal vez, pero un buen día lograrás con la práctica que te salgan naturales, sin forzarlas. Leer como escritor te ha convertido en mejor escritor, pero si no lees te estarás perdiendo una enorme reserva de conocimientos que están ahí a tu disposición.
Todo artista acusa influencias de otros que lo precedieron, y el escritor no es ninguna excepción. Hay ejemplos muy claros de influencias de unas obras en escritos de autores posteriores y eso es muy lícito, igual que en el resto de las artes. No hay nada malo en dejarse influir por los grandes. Es una forma de rendirles homenaje, pero hay que tener mucho cuidado de no copiar su estilo a lo tonto, sino que hay que escribir con voz propia, algo que no es tan fácil como parece, pero que llegará con tiempo, práctica y trabajo inteligente, como a menudo repetía un conocido profesor de flauta travesera. No hay nada más triste que leer que una novela se promociona diciendo que está escrita en el estilo de tal otra, tan solo porque esta fue un éxito mundial.
¿De qué otros sitios salen las ideas? De todas partes, en serio, eso es lo que te dicen los manuales y es verdad. El escritor está siempre a la caza de semillas de ideas, por eso va armado de bolígrafo y libreta (o de aplicación de notas en el móvil, que los tiempos están cambiando). Una conversación entre extraños que uno oye al azar, un artículo de prensa en las páginas interiores, un artículo de un suplemento dominical, una película, una historia que nos contó nuestra abuela, un documental, etcétera, todas son fuentes potenciales de ideas para el escritor, no solo para tramas, sino también para la construcción de personajes creíbles. Y por último, pero no menos importante, las buenas ideas salen de tus intereses, de tus aficiones, de lo conoces realmente bien y de las grandes preguntas que te haces.
¿Seco de ideas? Date una vuelta por las estanterías de una biblioteca, abre libros al azar y deja que todo lo que vayas absorbiendo cueza a fuego lento en el fondo de tu mente. En algún momento saltará la chispa de una idea.
Tan solo hay un territorio prohibido: calcar historias y personajes a partir de personas que conocemos. En Desmontando a Harry, Woody Allen interpreta a un escritor que utiliza a sus exmujeres, familiares y amigos como inspiración para sus historias y personajes, pero de una forma tan literal que ellos se reconocen y por eso lo odian. No hagas lo mismo. Es natural que tus historias contengan retazos de la realidad o que tus personajes tengan rasgos tomados de personas que conoces, pero calcar personalidades completas te traera, al menos dos problemas: 1) tus personajes serán de cartón piedra, carecerán de profundidad, porque a tus personajes los conoces por fuera y por dentro, hasta cómo y qué piensan, mientras que jamás llegarás a conocer al cien por cien a las personas que te rodean, tan solo el exterior y poco más; y 2), si calcas a una persona para crear a un personaje y aquella se reconoce, prepárate para una enemistad o, por lo menos, para un resentimiento si no le gusta el retrato que has hecho de ella. (A nadie le gusta que le retraten siendo menos que perfecto).
Además de leer mucho, yo también recomendaría ver buenas series de televisión y buenas películas. Ambos medios están llenos de ideas para argumentos y personajes.
Y ahora llega una de mis fuentes favoritas de ideas: las novelas y las películas malas. No solamente nos enseñan lo que no debemos hacer (volveremos sobre esto en otro artículo), sino que muchas de ellas comienzan con una idea prometedora y nos defraudan por el camino. Es posible que alguna vez hayamos dicho “yo habría escrito eso mucho mejor”. ¡Pues hagámoslo! El mundo de las letras y del cine está plagado de ideas malogradas, ideas que con un poco de bricolaje pueden transformarse y brillar con luz propia, con la única condición de no copiar de forma descarada, que sería plagio.
Cervantes escribió El Quijote en gran parte como una sátira para reírse de los delirios imposibles de los libros de caballerías (un género viejo ya cuando él nació). Aun siendo mucho más que eso, las aventuras de Don Quijote de la Mancha no dejan de ser una parodia de las de Amadís de Gaula, Florambel de Lucea o Clarisel de las Flores, pero cuando lo leemos nos damos cuenta de que Cervantes tenía un conocimiento casi enciclopédico de las historias que parodia. En resumen: leía mucho.
He querido transmitir en este artículo que los autores roban de la realidad y de otros autores, pero roban no para copiar, sino para crear algo nuevo, diferente. Ningún escritor está libre de influencias ni se ha desarrollado en el vacío. No tenemos que reinventar todo el arte desde cero. Apoyémonos en los grandes. Recordemos la cita de Newton: “Si he visto más lejos es porque he subido a hombros de gigantes”.

Software de mapas conceptuales


En este artículo revisaremos algunas de las aplicaciones on-line y programas de ordenador más populares para la creación de mapas conceptuales.

Si no has leído el artículo sobre los fundamentos y los usos posibles de los mapas conceptuales para el escritor, te animo a que lo hagas ahora. Básicamente, cualquier aplicación de gráficos nos vale si permite dibujar rectángulos (u otras figuras) con texto dentro y si estos rectángulos se pueden conectar entre sí con líneas o flechas.

La siguiente no pretende ser una lista exhaustiva del software disponible, ni mucho menos. Tan solo es un vistazo a algunas de las aplicaciones que he usado o, al menos, he dedicado algo de atención.

Herramientas on-line

 1. Google Drive


Si dispones de almacenamiento en Google Drive, tienes acceso a una serie de herramientas muy interesantes que funcionan dentro del propio navegador de Internet: un procesador de texto, una hoja de cálculo, presentaciones y un largo etcétera de aplicaciones integradas o que se le pueden añadir. Las que aquí nos interesan son tres: Dibujos de Google, Draw.io y RealtimeBoard, aunque seguramente haya muchas más muy parecidas.


 Dibujos de Google



Es una aplicación integrada por defecto en Google Drive. Se accede a ella pulsando NUEVO. Se desplegará una lista. Nos desplazamos hasta el elemento Más. Se desplegará una segunda lista en la que ya aparece Dibujos de Google. Se abrirá la aplicación en una nueva pestaña del navegador y ya podremos ponernos manos a la obra con nuestro mapa conceptual. 

La aplicación es intuitiva y sencilla de usar. Podemos crear diagramas de todo tipo. Para lo que nos interesa, bastará con dibujar rectángulos y unirlos con líneas. Haciendo doble clic en los rectángunos (o en cualquier otra forma que elijamos) podemos introducir texto en ellos.

Los mapas así creados se pueden guardar en nuestro Google Drive. Una cualidad importante de esta aplicación es que va guardando los cambios automáticamente.


Draw.io


En realidad Draw.io es una aplicación externa a Google, pero que solicita integración con Google Drive y también con One Drive de Microsoft. Si se le otorga permiso para trabajar en la nube, podremos guardar los mapas en nuestro Google Drive o One Drive. De hecho, se van guardando automáticamente mientras trabajamos, igual que hacía Dibujos de Google.

Para lo que nos interesa tiene una ventaja sobre Dibujos de Google: cuando dibujamos un rectángulo u otra figura cualquiera y dejamos el puntero encima, se "ilumina" y aparecen en el contorno de la figura unos conectores. Si arrastramos uno de ellos hacia otra figura, se crea automáticamente una flecha que une ambas figuras.


RealtimeBoard

Como con las dos aplicaciones anteriores, se accede a RealtimeBoard por medio del menú NUEVO > Más, o bien entrando en la web de RealtimeBoard. En realidad se trata de una "pizarra blanca" en la que podremos crear una gran cantidad de diagramas distintos, pegar notas adhesivas, insertar tablas, gráficos, archivos multimedia y mucho más. Es una aplicación pensada para trabajo colaborativo en la nube. Las "pizarras" se pueden hacer públicas o compartir con otros usuarios para que las completen o las modifiquen.

Lo que aquí nos interesa es que se puede abrir sin usar ninguna de las numerosas plantillas disponibles y, entonces, contaremos con una superficie en blanco para dibujar rectángulos con texto y flechas que los unan. Los mapas resultantes se van guardando en nuestro Google Drive de forma automática.

Por desgracia, RealtimeBoard solo nos permite crear tres pizarras simultáneas. Llegado este límite, te propondrán una cuenta premium de pago. Pero esas tres pizarras se pueden usar una y otra vez, o también podemos borrar una que ya no necesitemos y crear otra en su lugar, siempre que no superemos los 100 Mb de espacio que nos dan. 

2. Otras aplicaciones on-line 

Suelen ser de pago o con versión gratuita con limitaciones, previo registro.

Aplicaciones para ordenador

CmapTools


Desarrollado por el Institute for Human & Machine Cognition (IHMC), en el equipo encargado de su desarrollo se encuentra el propio padre de los mapas conceptuales, el investigador Joseph D. Novak. Sus principales características son:

  • Es gratuito para uso individual e insititucional.
  • Permite crear mapas conceptuales de todo tipo y establecer todas las relaciones entre nodos que sean necesarias.
  • Los mapas pueden exportarse en diversos formatos, como PDF, imagen, gráfico vectorial, etc.
  • Permite integrar archivos de texto y multimedia en los nodos.
  • Permite trabajo colaborativo en la nube.
  • Disponible para Windows, OS X, iPad y Linux.

La única desventaja que le veo es que, al ceñirse muy ortodoxamente a la teoría de los mapas conceptuales, las líneas de enlace entre cajas o nodos obligatoriamente tienen que llevar un rótulo. Es cierto que el rótulo puede dejarse en blanco, pero entonces la linea aparece discontinua. Por lo demás, una gran herramienta.

CmapTools puede descargarse aquí tras rellenar un pequeño formulario con tu nombre, tu país y el uso que piensas darles a tus mapas (individual, institucional, educativo, etc.).


LibreOffice Draw




Es parte de la suite ofimática LibreOffice. Su funcionamiento es similar al de Dibujos de Google. LibreOffice es un proyecto de la organización sin fines de lucro The Document Foundation.

Es gratuito y está disponible para Windows, Linux y Mac OS X. Su principal propósito no es el de crear mapas conceptuales sino una gran variedad de diagramas, pero su facilidad de uso nos viene perfecta para lo que nos interesa.

Puedes descargar la versión estable aquí.

La idea, semilla de la novela

¿Tienes una idea para una novela? Bienvenido a las legiones de personas que también tienen una. Parecería que encontrar una idea para una novela es el paso más importante. Creemos que el bloqueo creativo que supone no tener una idea para escribir es como una presa. Tener una idea debe de ser como abrir la compuerta; de inmediato la historia, contenida al otro lado de la presa, comienza a fluir con fuerza, nuestros dedos se ponen en movimiento y la pantalla del ordenador se va llenando de líneas y más líneas de texto, ¿verdad? Pues no.


 Hay un montón de gente que tiene una idea para una novela. La inmensa mayoría jamás se pondrá manos a la obra. Siempre habrá asuntos más urgentes que atender. Otros empezarán a escribir, se quedarán atascados, llegarán a la conclusión de que escribir no era tan fácil como pensaban y abandonarán a medio camino o incluso antes. Una minoría conseguirá acabar la novela con resultados mediocres. Una minoría terminará por haber convertido su idea en una buena novela, o incluso excelente.
¿Por qué unos desarrollan una idea hasta crear una novela mediocre mientras que otros, con una idea similar, escriben una buena novela? Porque los primeros no tienen el respaldo de una buena cantidad de lecturas de calidad ni han estudiado el oficio. Este es un oficio que se estudia. No hay nadie que diga “he visto centenares de edificios. Voy a construir uno” o “he visto muchísimas mesas. Voy a hacerme una de caoba con incrustaciones”. Sin embargo, hay muchas personas que dicen “he leído docenas de novelas. Ya sé cómo va esto de escribir. Voy a escribir una novela”.
Y es que esto no funciona así. Haber leído obras de calidad es condición necesaria, pero no suficiente, igual que haber comido muchas veces en buenos restaurantes no te capacita para ser chef. Por el contrario, si has estudiado para chef y vas a comer a un buen restaurante, tienes los conocimientos necesarios para hacerles una “radiografía” a los platos que te sirven y conjeturar cómo se han elaborado. Y, tal vez, “robar” ideas para mejorar tus propios platos.
Conocer las técnicas de los escritores nos permite leer como escritores y ver cómo resuelven otros las tramas y construyen los personajes; nos permiten estudiar a los grandes. Pero muchos autores noveles se embarcan en la escritura de una novela armados tan solo con una idea y con la intuición que surge de haber visto y leído de docenas de películas y novelas. Ese haber estado expuestos a historias desde la infancia es una herramienta poderosa del escritor, pues de ese modo ha interiorizado, de forma más o menos consciente, temas universales, argumentos comunes, estructuras narrativas y personajes arquetípicos. Pero pertrechado tan solo con esa intuición y sin las herramientas del oficio, lo más seguro es que el resultado de nuestra idea no vaya más allá de componer una amalgama de tópicos o clichés desgastados y manoseados hasta el aburrimiento.
Ideas las hay a céntimo el manojo, no valen casi nada. Ya hemos estudiado de dónde salen las ideas. Están por todas partes: en cosas que lees, en películas que ves, en conversaciones que espías, en cosas que te pasan, en tus intereses, en tus aficiones, en las grandes preguntas que te haces… E, incluso, a veces saltan a la luz de tu mente como surgidas de la nada. Lo que nos interesa saber ahora es qué es una idea exactamente, porque el concepto no suele estar claro y es importante comprenderlo.
Muchos confunden idea con argumento y se quedan paralizados antes de empezar a escribir al creer que una idea es algo mucho más complejo de lo que en realidad es. La idea no es el argumento. Un argumento viene a ser un esqueleto de la historia, una sucesión cronológica de los eventos que suceden en una novela, desde el principio hasta el fin, orden que no necesariamente será el que tenga la obra acabada. Pensemos en películas como Memento, donde la historia está contada al revés: comienza por la última escena y se va remontando hasta la primera. Si hemos visto la película y nos piden que contemos el argumento, lo más probable es que empecemos por el principio y acabemos por el final. Si la contamos tal como la hemos visto (en orden inverso) lo que conseguiremos será confundir a nuestro interlocutor.
La idea no es, ni mucho menos, la trama, que viene a ser como el esqueleto revestido con sus órganos y sus músculos. Faltan la piel y el pelo, el toque estético que se lo dará nuestro estilo. La trama es la suma de todas las escenas en el orden final de la obra acabada, más los escenarios donde se desarrolla la novela y sus significados, más los personajes y sus motivaciones, más las historias secundarias o subtramas que se entremezclan con la trama principal siendo relevantes para el avance de la historia y enriqueciéndola. Es algo mucho más complejo que el mero argumento.
Por otro lado, podemos pecar por defecto pensando que la idea es menos de lo que realmente es. Podríamos confundirla con el tema. El tema se expresa en muy pocas palabras que tal vez ni siquiera forman una oración completa. El tema es el concepto universal que en última instancia trata de transmitir el escritor.
Ejemplos de temas son: los obstáculos al amor (Romeo y Julieta), impotencia frente al destino (Edipo rey) remordimiento y expiación (Crimen y castigo), la venganza (Moby Dick), el triunfo de la justicia (la mayoría de las obras policíacas), las consecuencias de los celos (Otelo) y un sinfín de otros como la importancia de la amistad, el triunfo de la voluntad y un largo etcétera, aunque Juan Rulfo decía que en la literatura “no existen más que tres temas básicos: el amor, la vida y la muerte”.
El tema viene a ser como la justificación de una novela, el por qué de su existencia, su propósito al existir. Es importante saber qué tema queremos tratar, porque si no el lector quedará un poco insatisfecho al final, como cuando a uno le cuentan una historia pero no se sabe muy bien adónde quiere ir a parar el narrador, como si estuviese hablando por hablar, para matar el tiempo.
Es un error hacer explícito el tema, decirle al lector, como si fuera tonto, “el tema de esta novela es la redención del protagonista”. El tema debe deducirse de la trama, y el lector lo captará de forma más o menos consciente. Y también captará la ausencia de un tema, tenlo por seguro.
La idea tampoco es la estructura, que es el andamiaje básico de la trama y constituye la ordenación de los sucesos que acontecen en la novela con el propósito de provocar un impacto concreto en el lector. Por ejemplo, tenemos la clásica estructura en tres actos con un planteamiento, un nudo y un desenlace. Un mismo argumento puede tener un impacto diferente según cómo lo estructuremos. Pero la estructura da para otro artículo completo.
Quien tiene una idea para una novela o relato no tiene ni siquiera un esqueleto, porque aún no tiene ni argumento, ni trama, ni tema, ni estructura. Entonces, ¿qué forma tiene una idea? Pues se parece un poco a la sinopsis, que es un argumento muy, muy reducido. Digamos que una idea no llega ni siquiera a ser una sinopsis. Se expresa en una sola oración, dos a lo sumo, y podría detectarse porque delante podemos ponerle ¿qué pasaría si…? Acudamos una vez más a los clásicos en busca de ejemplos.
¿QUÉ PASARÍA SI…
  • …un hombre viejo, ávido lector de libros de caballerías, pretendiese llevar a la realidad las fantasías que ha leído? (Don Quijote de la Mancha, Miguel de Cervantes).
  • …me invento un pueblo que no existe y cuento la historia de siete generaciones de una familia que vive en él? (Cien años de soledad, Gabriel García Márquez).
  • …un hombre maduro se enamorase hasta la obsesión de su hijastra de doce años? (Lolita, Vladimir Nabokov).
  • …por un cataclismo cósmico el mundo y sus seres empezasen a convertirse en cristal? (El mundo de cristal, J.G. Ballard).
  • …un poderoso vampiro pretendiese subyugar a toda la humanidad? (Drácula, Bram Stoker).
  • …un cirujano consiguiese crear un ser humano con diversas partes de cadáveres y darle vida? (Frankenstein, Mary Shelley).
  • …un pescador viejo, tras una mala racha, sale solo a pescar y tiene que luchar durante tres días para atrapar un enorme pez espada? (El viejo y el mar, Erenest Hemingway).
A eso se parecen las ideas para novelas. Las anteriores son hitos de la literatura, y aun así sigo opinando que las ideas por si mismas no tienen mucho valor. ¿Por qué? Imagina la última, la de El viejo y el mar. Esa idea la tomamos cualquiera y escribimos un cuento de aventurillas en el mar que no nos da más que para unas cuantas páginas. Pero un genio de la talla de Heminway, con la misma escuálida idea, creó una obra maestra, llena de profundidad y significado.
Entonces, ¿tienes una idea para una novela? Fantástico, ya tienes hecho el 1% del trabajo, o tal vez menos. Ahora tienes que crear un argumento, es decir, llevar esa idea hasta su desarrollo en el tiempo. Luego tendrás que “espesar” ese argumento creando una trama: localizaciones, motivaciones de los personajes, subtramas, división en escenas, ordenación de esas escenas, etcétera. Luego tendrás que aplicarte a escribir con un buen estilo. ¿Te abruma todo ese trabajo? Desde luego, escribir bien no es para cualquiera, pero si otros lo han hecho, tú también puedes.